Correlimos común en solar cordobés

Entre las virtudes de la afición a la ornitología está la de los hallazgos fenológicos, aquellas observaciones que, con cierta frecuencia, registramos y que, entre otras cosas, son muy útiles para darnos vidilla. Afortunadamente no todo son observaciones insípidas o frustadas (inobservaciones), así que con casi cualquier pequeño descubrimiento los pajareros nos venimos rápidamente arriba.

Y eso fue lo que ocurrió solo un día después de descargar todas las blasfemias conocidas contra el innombrable intreparriscos. Al día siguiente de regresar del septentrión ibérico, por cierto, igual de caluroso que aquestas tierras sureñas, con el mono de prismáticos encaminé mis pasos hacia las colas de Sierra Boyera, a la búsqueda de nada especial. Los limícolas pululaban de orilla a orilla, un poco lo de siempre, chorlitejo chico, andarríos chico y andarríos grande, que siempre alegran la vista con su permanente briega. Y entre ellos, un par de bichos diferentes, una especie de andarríos que no logré identificar y un correlimos común con su negro vientre exhibiéndolo con orgullo. Al mismo tiempo jóvenes martinetes miraban atentos desde el cielo, grupos nada despreciables de ánades reales y alguna garza imperial de sigiloso vuelo, como queriendo pasar inadvertida. No lo consiguió desde luego.

Unas semanas antes, en concreto el 18 de agosto, en el mismo sitio vi mi primer cormorán de la temporada. Tempranero desde luego, pero quién dice que no están ya mismo criando por esos parajes guadiateños. Y días antes también trincamos en nuestras lentes algunos carricerines cejudos, pero eso… será motivo de su particular relato.

Comentarios