Garcillas sin(vergüenzas)

Todavía recuerdo el primer dormidero de garcillas bueyeras de mi vida. Llegaron como el que no quiere la cosa, y se instalaron tímidamente en el río, en unos álamos hoy día inexistentes. Era 1982, el año de los mundiales de fútbol de naranjito. No teníamos ni idea de dónde procedían aquellos 18 individuos, pero la bibliografía apuntaba a que podían ser bichos africanos que poco a poco iban colonizando la península, como lo hizo en el año 711 Tariq Ibn Ziyad.

Varios años después, en 1990, el contingente garcillero se había incrementado tan exageradamente que llegamos a contar alrededor de 7000 bueyeras. Fue un año record. La invasión de las Bubulcus se ha ido expandiendo poco a poco por el Valle del Guadalquivir, Extremadura, parte del centro de España, la franja mediterránea y el Valle del Ebro.

Podemos decir, con todos los respectos hacia esta bella criatura, que la garcilla bueyera se ha convertido en un pájaro un tanto vil, desposeído de todos los méritos que acaparó en los años ochenta. Es abundante y comedora de despojos, aunque sigue siendo emocionante observarla a lomos de las ovejas y vacas, a la búsqueda de cualquier presa que se ponga a tiro.

La encontramos en los parques y jardines, incluso en las piscinas, tolerantes a la presencia humana, aunque aún no han perdido la vergüenza del todo. Al menos eso creía yo hasta que hace unos días vi a una garcilla conviviendo con el tráfico, sin ningún pudor ni recelo. Como muchos de nosotros se han convertido ya en urbanitas.

La foto testimonio así lo demuestra. Tan cerca la tenía que la retraté con mi patatamóvil, constatando de esta manera que el siguiente paso hacia su humanización es entrar a comer directamente en el Piedra. Ánimo, pues.

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