Un zampullín chico en los Sotos de la Albolafia

Todos somos autómatas. Si, suena feo, ya lo sé, pero cómo calificar si no nuestro ritmo de actividad: levantarse, ir con los ojos pegados al trabajo (el que lo tenga), currar todo el día, hacer algo de labores domésticas, sofing y a chorrear baba antes de ir como un zombi a la cama. Cada parte del proceso de automatización también tiene el suyo propio. Veamos. Ir a currar supone coger el coche, poner la radio, escuchar la misma crónica, padecer el tráfico, pararse siempre en los mismos semáforos, sufrir la búsqueda de aparcamiento y, por fin, llegar in extremis a fichar.

Mi cotidianidad pasa por ir en bici, y todas las mañanas sortear el río. Es un lujo, ya lo sé. Me permite incluso hacer un microseguimiento de la fauna madrugadora. Todos los días está allí la garza real, los cormoranes volando, inquietas pollas de agua, los acoplados ánades reales, y algunos días se digna a hacer su aparición el calamón. Desde hace un par de semanas, una novedad parece haberle cogido gusto al lugar, un zampullín chico que, sin pretenderlo, contribuye a alegrarme la mañana. ¡Con qué poco se conforma uno!.

Hacía muchos años que no veía uno de estos Podiceps en los Sotos de la Albolafia, y cuando digo muchos, quiero decir muchos. Si mi memoria no me falla, que no es lo normal, me remonto a los censos de principios de los noventa. Esto no quiere decir, por supuesto, que este pájaro haya estado desaparecido en la zona durante todo este tiempo, simplemente, que yo no lo he visto. En aquellos años había más diversidad patiforme; aún conservo la imagen de los cucharas, silbones, frisos e incluso cercetas. Es más, no olvidaré nunca la figura del ganso del nilo, que durante no pocos días decidió vivir en el río, hastiado de tanta visita en el zoológico.

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