El Pegolete llega a las 10.000 visitas


Aquella noche el salón de actos estaba a punto de reventar. Tamaño edificio no había conocido tanto pisoteo al mismo tiempo, salvo aquel día que dieron migas y cerveza gratis en la explanada de la entrada. Fue una jornada que quedará en los anales del local. Los esfínteres en proceso de explotación urgían la llamada de un lugar apacible donde relajarse, y si bien algunos, los más guarros, no tuvieron sino la feliz ocurrencia de verter aguas en pleno césped donde juegan a diario las fierecillas de dos patas, los más, emplearon los váteres de aquel edificio de convivencia. Sí señor, una verdadera lección de civismo colectivo si no fuera porque la mayoría de usuarios apenas atinaba al apuntar a tan generosa y ovoide diana inferior.

El público estaba impaciente, con la mirada puesta en la puerta de entrada; los cuellos, del revés, estaban empezando a notar conatos de esclerosis cuando, de repente, apareció él. Llevaba una de esas camisetas de colores sacados de un pantonario, pantalón corto bien combinado con él mismo y unas zapas a mitad de camino entre botas y sandalias. Cualquier madre con gusto de madre hubiera renegado en ese momento de lo que hasta entonces había sido su hijo.

Fue una entrada modesta y ciertamente incómoda para su pituitaria. El aire acondicionado no funcionaba desde que tuvieron que recortar gastos y allí no había cristo que aguantara, si no fuera por la sorpresa que todo el mundo aguardaba con nerviosismo. En realidad estaban allí por eso, el acto era lo de menos, porque a decir verdad nadie conocía al prota, salvo su hermano pequeño y algunos allegados, pocos, que estaban impacientes porque acabara aquello de una vez.

Una semana antes había corrido por facebook, twiter, correo electrónico y los blogs locales, que en el día señalado, a la hora fijada y en el lugar determinado, se iba a departir de balde sobre las claves para una vida mejor. Los más pragmáticos pronto interpretaron que iban a regalar camisetas del Real Madrid ¿acaso no se es más feliz vistiendo una camiseta galáctica?. Otros cargaron con sus barras de incienso para ambientar un acontecimiento que se preveía lleno de simbolismo y de paz interior. Los más viejos, como siempre, se llevaron bolsas del Piedra a la espera de llenarla con patatas, naranjas o botellitas de aceite.

Así se entiende la expectación tumultuaria que se levantó en aquel modesto salón de actos, acondicionado, en su máxima aspiración, para acoger la actuación del grupo de teatro de la tercera edad del barrio. La decepción fue máxima y los destrozos supinos.

El evento en cuestión tan sólo pretendía juntar a un grupo de amiguetes para celebrar nada menos que las 10.000 visitas de un blog local. Cada uno de los energúmenos que acabaron con la decoración y las incómodas butacas del Ikea debieron aprender la lección: hay que leer bien la información pero, sobre todo, que las expectativas se las crea un solito.

Ya sabes.


PD. Gracias, visitante, gracias, “visitanta”, por estar ahí detrás de ese cuadrilátero cegador que a veces nos quita el tiempo que le pertenece al aire libre. Y si, efectivamente, este microrelato es una ficción muy propia de un blog que, como éste, está repleto de pegoletes.