El primer pájaro



Wolfrang vivía en la localidad de Eichstätt, estado de Baviera,  Alemania, a medio camino entre Nuremberg y Munich. Nuestro amigo acababa de posarse en el tronco de un enorme abeto; llegó  bastante cansado después de estar planeando un buen rato, esquivando árboles a la caza y captura de cualquier pequeño animalillo con el que satisfacer su rugiente estómago.

Su incipiente habilidad para el vuelo le permitía, no sin algún susto, escapar de sus enemigos, que no eran pocos. Así que haciendo gala de su adquisición plumífera, se daba el gustazo de visitar los verdes y densos bosques del centro de Europa; aunque a decir verdad tampoco es que fuera un gran volador, por lo que cada cierto tiempo tenía que posarse en alguna rama o tronco de árbol. Su enorme cola le garantizaba una buena navegación aérea, aunque a la hora de posarse se convertía en un auténtico estorbo; las más de las veces tropezaba con el follaje, perdiendo el equilibrio y cayendo a plomo al suelo.

No es que Wolfang fuera especialmente torpe, no es eso, es que aún no estaba muy acostumbrado al manejo de su propio cuerpo. Hay que decir a su favor que llevaba poco tiempo ejercitándose como pájaro, y quiera o no, hay que vencer el miedo a la altura, a esquivar árboles y acostumbrarse a la inestabilidad que proporciona el viento. En fin, una serie de dificultades inherentes al ejercicio del vuelo.

Sucedió en un día de invierno, amaneció lluvioso, con agua de poca entidad por la mañana, aunque a medida que iba avanzando la jornada la lluvia se hacía más intensa. Wolfrang llevaba mucho tiempo sin pegar bocado, así que estaba desfallecido. Necesitaba comer algo sin falta, de manera que a pesar de todo se aventuró a cazar. Abrió sus largas alas y con su pronunciado timón empezó a recorrer el bosque en el que vivía. Lo conocía muy bien, pero el agua caía con maldad y no era nada fácil localizar una presa y mucho menos mantenerse a flote. Apenas podía ver con la lluvia y sus plumas empezaron a sucumbir ante la fuerza del líquido elemento.

Estaba cantado. Nuestro amigo cayó irremediablemente en un fangal en el que quedó incrustado. Con el paso del tiempo sus restos quedaron cubiertos de barro y tierra. 145 millones de años después, en 1861, lo descubrieron en los conocidos yacimientos de Solnhofen.

Wolfang era el último arqueoptérix. Con él se perdió una especie para siempre.


¡FELIZ DÍA DE LA TIERRA!