Recuerdos de un alzacola



Aún recuerdo cuando estudiaba en la terraza, rodeado de macetas, con los apuntes en el suelo y los prismáticos SuperZenith 20x50 a mi vera. Enfrente, un descampado que hacía la más de las veces de improvisado campo de fútbol para la chavalería. Al lado, el río Guadalquivir en lo que hoy se llama los Sotos de la Albolafia. En aquellos años las garcillas bueyeras estaban recién llegadas; lo hicieron en 1982, exactamente 18 ejemplares. Fue un descubrimiento ver unos pájaros que sólo se conocían por la tele, siempre a lomos de los grandes mamíferos africanos.

El pequeño descampado fue una escuela de aprendizaje para el aspirante a ornitólogo. Allí se reunían gorriones, fringílidos, mosquiteros, golondrinas y aviones que descendían con la intención de trincar algún insecto. La guía de Peter Hayman era en aquellos años casi la biblia, sus diminutos pero bellos dibujos facilitaban la gratificante labor de identificación. Esa sí era una verdadera guía de bolsillo, cómplice silenciosa ante el hallazgo de lo desconocido. Con su ayuda se reveló la identidad de uno de los pájaros que frecuentaban aquel vacío urbano, el alzacola. Nunca supe si tuvo la osadía de criar allí, lo dudo, pero el caso es que se erigió en uno de los habituales de la llanura, siempre correteando entre la silvestría de malvas y jaramagos.

Con la conversión de tan productivo paraje en bloques de pisos desapareció todo atisbo de vida, y con ellos nuestro feliz hallazgo. Con el paso del tiempo nunca he vuelto a ver a este animal harto interesante, hoy día amenazado, que tal vez espera el reconocimiento que bien se merece.

¡Larga vida al alzacola!

Dibujo tomado de internet