Las últimas grullas

- ¿Se puede saber dónde me llevas ahora?
- Pues no, es una sorpresa, le respondió Jonathan reservándose una información privilegiada: estaba perdido.

Llevaban varios días dando vueltas alrededor del lugar en el que habían pasado los meses fríos en compañía del resto del grupo. Pero se despistaron. Fue una tarde cuando el Jonathan y la Jenny se escaqueraron de los demás para hacer de las suyas. Era invierno y hacía frío, y aunque aún no era la época… era invierno y hacía frío.

Y se perdieron de verdad. Al regresar junto a los demás varios días después observaron, con asombro, que allí no quedaba nadie. Los dos eran aún muy jóvenes y necesitaban de alguna experimentada grulla para saber por dónde debían regresar hacia su Noruega natal.

No te preocupes, Jenny, que yo controlo. Levantaron el vuelo y empezaron a otear el infinito a la búsqueda de alguna silueta similar a la suya, pero nada. Resolvió quedarse algunos días más con la esperanza de que por allí pasara algún grupo más sureño con el que poder acoplarse. Una semana, dos semanas, y allí no volaba nadie.

Al fin se decidió. Vámonos, Jenny, que ya está empezando a hacer calor. Los dos jóvenes arrancaron el vuelo, tomaron altura y como pudieron se acoplaron a un bando de cigüeñas negras. Estaban salvados. O al menos eso creyeron; las oscuras zancudas volaban hacia su Extremadura del alma.


[Tomado de la web de SEO/BirdLife]



PD. El domingo 6 de abril, un día de calor cordobés, vi dos despistadas grullas volando, acaso desorientadas, cerca del Peñón de Peñarroya.