Un abejero muy despistado

Me canso, a ver, qué quieres que te diga. Esto de haber nacido un bicho migratorio es un coñazo. Mira tú que bien viven las águilas perdiceras, siempre pegadas a su cacho de roca, o los vulgares cernícalos, dueños y señores del cortijo. Yo en cambio tengo que encajar todos los años hasta el Congo y después regresar a mi casa asturiana. Y no lo entiendo.

Estoy bien en Asturias, me gusta su clima, aunque llueve más de lo que me gustaría. La gente nos respeta. Me entretiene mirar a los osos haciendo de las suyas, oír a los urogallos en el fondo del bosque, y ver alguna despistada gaviota que se ha colado tierra adentro más de lo normal. La vida es aquí apacible.

Pero no puedo con la impaciencia. A nada que los jóvenes abejeros pueden volar, toda la comunidad se organiza para salir pitando hacia el sur. ¡Qué prisas! Yo nunca tengo ganas de irme, de pegarme un palizón inútil. Cuando recorro Iberia veo a gente como yo sin la más mínima intención de moverse de su casa, y claro, entro en crisis. Me da la depre y mis compañeros vuelven a darme de lado; se vuelven irascibles y de repente les entra esa manía suya de decirme busardo.


[Dibujos tomados de la web de SEO/BirdLife]