Avetoros a punta pala

Ilusiones ópticas aparte, el número de avetoros que he visto hasta el pasado mes de diciembre asciende a la friolera de un ejemplar. U N O. Fue en noviembre de 2014, gracias al mérito del amigo Javier Salcedo. Sin su compañía y excelente vista jamás hubiera mirado hacia donde estaba aquel individuo, perfectamente camuflado entre los rastrojos de arrozal. Embutido en un surco empapado y cazando lo que intuí eran cangrejos.

Pero este año la cosa ha cambiado bastante, tal vez debido a la fortuna, el buen hacer o un excelente año avetoroide. Da igual. El caso es que el 19 de diciembre vi dos ejemplares diferentes o, quién sabe, un mismo individuo que, harto curioso, decidió seguir la estela de nuestro vehículo para disfrutar una segunda vez con nuestra alelada jeta. Y varios días después un tercero, éste en condiciones lumínicas un tanto pobres, in extremis, pero con la crepusculidad suficiente como para que quedara inmortalizado, aunque eso es lo de menos.

Doñana en estas fechas es una delicia para el observador de aves. Afortunadamente hay algunos recorridos que se pueden hacer de forma libre, disfrutando del paisaje, de la luz, del sonido de la marisma, del aire impoluto acariciando el rostro. Ahora me falta escuchar el profundo mugir del avetoro, algo muy difícil para un cuasi sordo. Pero todo llegará.



[fotografías del primero de los tres avetoros observados, cedidas generosamente por mi hermano]